—¿Cómo es el perfil de ese mentiroso casi patológico pero a la vez, exitoso?
—Responde a lo que nosotros llamamos la triada oscura. Es el narcisista, el egoísta, agresivo… Son aquellas personas que son un poco maquiavélicas, que persiguen sus objetivos sin importarles los medios, y que tienen una puntuación alta en psicopatía. Ojo, psicopatía entendida como que no le importa la otra persona. Son egoístas, hacen lo que quieren y se autorizan a realizar cualquier cosa. No se sienten mal cuando abusan o manipulan a otras. Son personas triunfadoras que abusan olímpicamente y encima se autojustifican la mentira.
—Algunas personas pueden pensar que mentir ayuda a conseguir determinados fines.
—Algunas personas pueden pensar que les resultará más fácil conseguir determinados fines si mienten, pero ese es un camino erróneo, que tarde o temprano se volverá en su contra. Porque cuando se descubre la mentira, la primera consecuencia directa es el deterioro de la credibilidad y de la confianza. Todos sabemos que la mentira daña o deteriora las relaciones.
—Si las mentiras están a la orden del día en nuestra sociedad, ¿quienes son las víctimas más habituales?
—Los mentirosos abusan de la buena educación que por lo general tienen las personas, y suelen elegir bien a sus víctimas. Los manipuladores, los agresivos… no buscan a alguien como ellos. Escogen a una persona sensible, empática, afectiva, generosa… a la presa fácil, en definitiva.
—Pero de alguna forma la víctima de la mentira, ¿se da cuenta?
—Existe una dificultad intrínseca para detectar señales eficaces de mentira. La gente no suele descubrir al que miente, porque no está preparada para ello, pero en esta sociedad en la que vivimos, o entrenamos para detectar la mentira, o esta inundará nuestras vidas. Al mentiroso se le suele pillar por una contradicción entre lo que ha dicho y los hechos posteriores. ¿Pero qué ocurre aquí? Que incluso cuando lo descubrimos, nos suele resultar violento señalarlo, a pesar de estar viendo al otro crecido y tan campante. La cuestión es que cuando alguien miente debe tener consecuencias para no volver a hacerlo.
—Usted dice en su libro que la mentira está a la orden del día. ¿Qué mentiras son las que más duelen?
—Las mentiras que nos hacemos a nosotros mismos. Nos decimos: «parece mentira lo que me han hecho»… Responsabilizar a los demás de lo que nos pasa es también mentirnos a nosotros mismos, aunque es verdad que muchas personas no son conscientes de esto. Le siguen muy de cerca las que hacemos a los que más queremos: a nuestros hijos, a nuestra pareja… Cuando una persona ha conquistado tu intimidad, es tan sencillo mentirle… Son muchas las manipulaciones que se hacen en el ámbito de la pareja.
—La mentira es tan habitual que usted asegura que mentimos en una de cada cuatro interacciones sociales. ¿Qué motivos nos llevan a ello?
—Mentimos para caer bien, para impresionar, por inseguridad, por humanidad, por ayudar a alguien, para alcanzar objetivos… Lo cierto es que la mayoría de la gente lo hace para manipular… De hecho, desde la psicología sabemos que las mentiras son culpables de gran parte de nuestro sufrimiento.
—Pero la mentira, ¿no es a menudo imprescindible, para no herir a la otra persona?
—Hay pocas mentiras imprescindibles. Es mejor no manifestar o expresar lo que sientes.
—¿No es lo mismo?
—No. No es lo mismo que un amigo sea infiel a una amiga, y no lo digas, a que cuando te pregunten por esta infidelidad, mientas.
—¿Qué hay de las mentiras piadosas, tan aceptadas por nuestra sociedad?
—Sí, hay mentiras que pueden justificarse, incluso que son necesarias si, con ellas, lejos de provocar un daño, evitamos un dolor estéril y un sufrimiento inútil y prolongado, En las mentiras «altruistas» decimos que el emisor intenta «ayudar, favorecer o proteger los intereses de otras personas, o evitar alguna situación desagradable para los demás». Pongamos un ejemplo. Cuando la gente está en situación límite por una enfermedad, debes dar esperanza: «ya verás como puedes estar un poquito mejor», «disfruta de cada día», «intenta vivirlo con ánimo»…. En este caso, decir la verdad puede ser una crueldad. No se puede decir aquello que no se puede asimilar.
—¿Y a los niños?
—Si hay cosas que se les dan fatal, no se lo vas a decir así porque les puedes crear una inseguridad muy grande y repercutir en su vida presente y futura. En estas situaciones decir la verdad de nuevo es una crueldad. Lo recomendable sería poner el foco en lo que se les da bien.
—¿No hay, por tanto, mentira buena?
—Pocas. Muchas veces es mejor callarse, no expresar tus sentimientos. ¿Para qué, si con ello solo se logra un nivel de agresividad y crispación tremenda? ¿Qué se adelanta con eso?
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